La sociedad de hoy


por Ana Alejandre                                                                                                             
            En el pasado mes de octubre de este año, salió publicada una esquela en el diario ABC -se  ha dicho siempre irónicamente que uno no se moría si no salía su esquela en dicho periódico-, que sobrecoge por su contenido, porque no sólo es la mera nota de la defunción de una persona, sino el dolorido y amargo mensaje que envía a algunos de sus propios familiares y que se reproduce a continuación, pero omitiendo los nombre de la  difunta y de sus allegados, aunque aparecieron publicados en la esquela pagada a tal efecto, por un mínimo respeto a las personas que no deben ser juzgadas públicamente, sino en el íntimo espacio de sus propias conciencias (quién esté interesado en conocer la identidad de dicha señora y los aludidos en dicha esquela puede consultar las hemerotecas, pero esos son datos que no aportan nada al hecho en sí).
            La esquela decía textualmente:
             "Ilustrisima señora XXXXX XXXXXX XXXXXXXX, nacida en Badajoz, el 1 de agosto de 1934, hija de XXXXXXXX XXXXXXX y XXXXXXX XXXXXX, viuda del coronel D. XXXXXXX  XXXXXXXXX XXXXXXXX, falleció en Madrid el día 2 de septiembre de 2012, a los setenta y ocho años de edad, habiendo recibido los Santos Sacramentos. Descanse en paz.
            Quiso en sus últimos momentos de vida dejar encargada la publicación de esta esquela para manifestar su perdón a los familiares la que abandonaron cuando más les necesitó, sus hermanos XXXX XXXXXXXXX XXXXXXXX y XXXXXX  XXXXXXXX XXXXXXXXXX y su hija XXXXXXX XXXXXXXXX XXXXXXXX XXXXXXX por su absoluta falta de cariño y apoyo durante su larga y penosa enfermedad. El cuerpo fue sepultado cristianamente en el cementerio de XXXXXX de XXXXXX (Madrid). Su hijo y amigos ruegan una oración por su alma".
            Al leer esta esquela no hay forma de evitar el sobrecogimiento, pues en la misma se ve el  mudo grito de dolor de quien se siente abandonado por sus más allegados y el perdón público que les concede, aunque sin dejar por ello de publicar tal hecho y el nombre de quienes la abandonaron en una última y dolorida venganza, única posibilidad que le quedaba a quien iba a traspasar la delgada línea que separa la vida de la muerte y no quiere marcharse sin dejar constancia del abandono que más daño le ha hecho por provenir de quienes eran sus seres queridos.
            Esta noticia y otras similares que saltan continuamente a la luz pública a través de los medios de comunicación, nos pone por delante una verdad que queremos ignorar en esta sociedad  en la que el  dolor, la muerte, la enfermedad y la soledad quieren ser exorcizadas sólo con ignorarlas, no hablar de esas penosas e inevitables cuestiones, pues todos sabemos que somos igualmente vulnerables y frágiles, por lo que no queremos pensar, reparar en el dolor ajeno, incluso muchas veces de los más allegados, porque al hacerlo tendríamos que enfrentarnos que somos también jugadores de la misma partida que es la vida y puede salir nuestro número en la ruleta en cualquier momento.
            España siempre ha sido un país, como todos los de cultura mediterránea, apegados a la familia, en la que los miembros más ancianos convivían con hijos y nietos y los niños crecían al lado de sus padres, hermanos, abuelos,  tíos y primos, formando una comunidad familiar que se multiplicaba al ritmo de las sucesivas generaciones, sin que ninguna de ellas sobrara, fuera dada de lado como si de un trasto inútil se tratara. Esta situación ha cambiado mucho en las últimas décadas por el imparable efecto  del llamado progreso y bienestar económico que en vez de hacernos más solidarios, nos ha hecho a todos más egoístas. Las casas son cada vez más pequeñas, sobre todo en las grandes ciudades, y el espacio se ha convertido en un bien que vale mucho, demasiado dinero. Por ello, los matrimonios cada vez quieren tener menos hijos, porque no sólo cuesta muy cara su educación y mantenimiento, sino que "no hay espacio" para poder tener tantos hijos como se acostumbraba décadas atrás. Pero no sólo no hay espacio para tener varios hijos, sino que tampoco lo hay para poder recibir a los mayores, a los padres, ya abuelos, para que puedan convivir y morir en familia, porque también el tiempo escasea, ya que todo es igualmente escaso: el espacio para cohabitar y el tiempo para cuidar y dedicárselo a quienes más lo necesitan: niños y ancianos.
            Toda esta situación se ha visto agravada por la terrible  crisis económica que atravesamos en estos momentos y que no sólo ha bajado el nivel de vida de muchos millares, millones de familias, sino que también ha aumentado, paradógicamente, la falta de tiempo y espacio, además de los medios económicos para facilitar la convivencia familiar y el cuidado de quienes más lo precisan. La familia, pues, atraviesa una crisis sin precedente y las familias monoparentales aumentan con los divorcios y rupturas, por lo que la unidad familiar se reduce cada vez más a menos individuos, se nucleariza, y las relaciones entre los miembros de cada familia se ha convertido, en muchos casos, en un campo de batalla donde no sólo se debaten y discuten los problemas económicos, sino también las responsabilidades personales de cada miembro que siempre parecen superiores a las de los otros familiares y, por ello, inaceptables.
             Por este motivo, en casos como los de la señora que pidió que publicaran su esquela en tales términos, las diferencias se agudizan cuando existen enfermos terminales, minusválidos y personas que necesitan el cuidado constante, la compañía y el cariño que en esta época de crisis y de falta de valores morales y éticos pocos están dispuestos a dar, pensando que los otros miembros de la familia también tienen la misma obligación. Así,  el enfermo, el anciano o el  impedido se encuentra muchas veces en un campo sembrado de minas en forma de reproches, agravios comparativos y abandono, y pasa del hogar de un hijo al del otro, sintiéndose que estorba en todos y no es bien recibido en ninguno, porque los lazos de cariño familiar suelen ser demasiado débiles cuando las obligaciones aumentan  y la generosidad disminuye al mismo ritmo y terminan por romperse, como ilustra la esquela antes mencionada.
            Triste futuro se adivina para las nuevas generaciones, en las que la familia cada vez se irá disgregando, diluyendo, en casas cada vez más pequeñas, donde falta el calor, la generosidad compartida. con los otros miembros de las familias, convirtiéndose así en cómodos y asépticos apartamentos en los que vivirán dos o tres personas como máximo, cuando no una sola, y cada uno tendrá que recurrir a relacionarse con  los extraños, con esos amigos de ida y vuelta que nunca podrán sustituir a la familia y sus lazos  de amor y solidaridad, porque en una sociedad cada vez más ególatra, individualista y fría, las relaciones pasajeras de pareja, de simples conocidos, de amigos dudosos y esporádicos, no podrán aportar nunca lo que no se es capaz de dar a los más allegados, a los que están unidos por lazos de sangre, de origen y genéticos que nos marcan para siempre y nos hace ser como somos.
            Quien no puede convivir con su propia familia, menos aún lo podrá hacer con extraños, ya que eso frase "a los amigos se les elige, a la familia no" que trata de explicar las bondades de la supuesta amistad con respecto a las relaciones familiares - aunque muchas no veces  esa cacareada amistad no es tal ni tiene esa cálida naturaleza que exige también generosidad y lealtad-, no es más que una agañaza que encubre el  propio egoísmo, pues la preferencia por estar, convivir y disfrutar con y de los "amigos", está basada en que con ellos nos sentimos libres de responsabilidades y  se está con  estos mientras convienen y divierten; por lo que son relaciones que, cuando  terminan, no dejan el mismo poso de amargura, dolor y vacío que cuando se rompe una relación familiar que son las que, de verdad nos hiere, porque en los miembros de nuestra familia nos reconocemos y sólo con ellos nos identificamos, por muy diferentes que seamos en psicología y temperamento
            .Naturalmente, que esto no significa que la verdadera amistad no exista, pero lo mismo que sucede con el amor, sólo es posible para personas con una gran generosidad,  capacidad de empatía y afecto, para poder así establecer vínculos verdaderos de lealtad y comprensión con quien consideran un amigo. Nadie que es egoísta, incapaz de convivir con su propia familia, de respetar las normas  de convivencia, de aceptar sus propias responsabilidades, será capaz nunca de establecer una verdadera relación de amistad con lo que ella conlleva con otra persona, porque sólo podrá aceptar de la misma lo que le conviene y hasta que le conviene, porque su incapacidad de establecer relaciones profundas y verdaderas con otras personas le marcarán tanto en la familia como en la relación sentimental o amistosa.
            La citada esquela es, pues, un aldabonazo que nos llama la atención sobre un mal que está tan extendido: la insolidaridad, la falta de generosidad y de amar que existe en la sociedad actual y que nos afecta a todos. Hay quien es capaz de "solidarizarse" con los pobres del Tercer Mundo y no siente la menos compasión por el pobre que está pidiendo en una esquina o por el anciano que muere de pena y abandono  en su piso, rodeado de recuerdos y soledad. Es que, para muchos, las penas de quienes están lejos, precisamente por estarlo y no  poder tocarles de cerca su comodidad y egoísmo, son más "digeribles", aceptables y cómodas y exigen menos esfuerzo, tiempo y molestias, sobre todo si al prestar ayuda, en un minuto, se sale en la foto y se siente paz en la conciencia por el bien hecho; pero cerrando, al mismo tiempo, los ojos a la realidad que le rodea: en la familia,  en los amigos y conocidos, en la vecindad y en el trabajo, cuando llega la hora de tener que demostrar de verdad que se es digno de ser llamado hijo, nieto, hermano, amigo o compañero de quien sufre, está solo, enfermo o necesita del apoyo, la comprensión, el cariño y la compañía que la ocasión requiera. Es entonces cuando, de verdad, se demuestra lo que se quiere a la otra persona, importa o significa  en  la vida de quien puede dar su ayuda, compañía, afecto o simplemente, ese toque cálido y humano  que siempre necesita quien ha perdido toda esperanza.
            Y lo que todos sabemos es que, lo que le ha sucedido a la señora de la esquela, también nos puede pasar a cualquiera y eso sí que es aterrador.
           

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