La doble soledad de los muertos
Ana Alejandre Desde hace tiempo cuando asisto a un entierro, aunque más bien habría que decir que a una cremación por lo solicitada que está esta opción, tengo la extraña sensación de que en vez de estar en un solemne acto de despedida a un fallecido que realiza ya su último viaje sin retorno, asisto a un simple acto burocrático que tienen todas las connotaciones de frialdad, asepsia, falta de emotividad y naturaleza de puro trámite. Los asistentes al tanatorio sólo pueden ver durante unos minutos al fallecido -si es que llegan pronto y aún no han retirado el cadáver para llevarlo hasta el horno crematorio-, y siempre detrás de un cristal, con la sensación de lejanía que esa circunstancia provoca, mientras los demás asistentes al acto se alejan de la pequeña sala donde está expuesto el cadáver y se van al exterior con el pretexto de fumar un cigarrillo, tomar el fresco o estirar las piernas por los largos corredores que existen en los distint