Los españoles, el matrimonio y las uniones de hecho
por Ana Alejandre
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Alianzas marimoniales |
España
ha sido un país tradicionalmente católico y por eso los matrimonios se celebraban
hace décadas únicamente de forma canónica, lo que llevaba aparejado el
matrimonio civil.
Después, con la democracia y la separación entre Iglesia
y Estado, se celebran ambos matrimonios de forma sucesiva en el matrimonio
religioso, aunque el matrimonio canónico y el civil no tiene ya el mismo nexo
de relación obligatoria de décadas atrás, porque puede celebrarse sólo el civil o el canónico, según la
predilección de los contrayentes, aunque habitualmente no se celebra el
matrimonio canónico solamente, porque los contrayentes si optan por éste
último, también lo hacen civilmente.
Posteriormente,
la sociedad se fue apartando de la práctica religiosa, en una gran mayoría, y
trajo consigo una nueva modalidad –aunque siempre existió, pero sin la
aceptación social que tiene hoy en día-, como es la unión de hecho,
especialmente desde la equiparación de dichas uniones, en el aspecto civil, al
matrimonio.
Las
parejas cada vez se casan menos y eligen, en una amplia mayoría, la unión de
hecho, con o sin el registro existente a tal fin; pero su aumento
incuestionable no se debe a causas de la pérdida de fé, porque tampoco aumenta
el número de matrimonios civiles, sino que se debe a una cuestión práctica: por
una parte, la eliminación de los gastos inherentes a la ceremonia civil y/o
religiosa; y, por otra, a la previsión de una supuesta separación más fácil en el
futuro, con la eliminación de la consiguiente carga de trámites burocráticos,
además de la rapidez y comodidad que supone el hecho de irse a vivir
juntos sin más trámites, gastos,
papeleos y molestias.
Las
estadísticas muestran el descenso en el número de matrimonios que se contraen
cada año en las dos modalidades: civil y religiosa, que ha pasado de los 8
matrimonios por cada mil habitantes/año, a la cifra de 3,5 matrimonios por mil
habitantes/año, que es inferior a la media europea que se sitúa en 4,5 en dicha
proporción y año.
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Imagen simbólica de las uniones de hecho |
Además,
se ha registrado un aumento imparable en el número de nacimientos fuera del
matrimonio que en las décadas 60 y 70 del pasado siglo eran sólo un 2% de los
nacimientos ocurridos. Sin embargo, hoy
en día la cifra es de un 35%, también superior a la media europea que es de un
33%. Todos estos datos indican que los españoles, cuando nos decidimos a hacer
algo, somos siempre extremistas y no conocemos el término medio.
Todas estas cuestiones tan
importantes en la vida de cualquier ciudadano, se han debatido en un encuentro
que ha organizado The Family Watch, y
en el que Víctor Torre da Silva, profesor del Instituto de Empresa, ha
manifestado el crecimiento de las uniones de hecho frente a los matrimonios
actualmente. Ha hecho hincapié en que la actual crisis económica se encuentra
detrás de este fenómeno que es imparable, pues la celebración de cualquier tipo de matrimonio sigue siendo extremadamente
cara, y a ello hay que añadir el factor
también decisivo de que las legislaciones de las distintas Comunidades Autónomas,
equiparando a las uniones de hecho al matrimonio, ha creado una ventaja
indudable entre unas y otro, lo que convierte a las uniones en una opción más
favorable para la economía y comodidad de la pareja a la hora de decidir unirse, además de reportarle
similares ventajas, aunque sólo en apariencia.
La ciencia
también tiene relación con esta situación, ya que las técnicas de reproducción
asistida, les permite a muchos tomar la decisión de tener hijos biológicos de forma unipersonal (las mujeres con los donantes
anónimos de esperma y los hombres con los vientres de alquiler que, aunque no
están permitidos en España, siempre hay formas de burlar la ley en ese
sentido), sin tener que cumplir el requisito previo del matrimonio y de crear
un ambiente familiar estable en el que criar a los hijos.
Dicho
profesor ha manifestado que la falta de estabilidad en las relaciones de pareja
es un manifiesto paso atrás en la historia, ya que representa, en el mundo de
hoy, la figura del matrimonio romano originario que estaba basado en el afecto
más que en el compromiso.
Esta concepción
de la relación de pareja, aunque parece muy positivo y deseado al principio,
tiene sus luces y sombras como todo lo humano, y le da a la unión de hecho en
sí un signo de precariedad, provisionalidad y futilidad que facilita la ruptura
en un porcentaje superior a la de cualquier matrimonio, civil o canónico. La facilidad para llegar a la unión de hecho
es la misma que para realizar la desunión y sólo descansa sobre la voluntad de
los miembros de la pareja, aunque en la mayoría de los casos, sólo es la
voluntad de uno de ellos la que decide cómo, dónde y hasta cuándo seguir con
la otra persona y basta que el
aburrimiento, el hastío, la falta de deseo, el desgaste de la convivencia o
cualquier otro motivo le lleve a dar por terminada esa relación, aunque el otro
componente no esté de acuerdo; primando así una voluntad sobre otra, sin
consecuencias legales ni patrimoniales, si no existen hijos o bienes a repartir,
y sin tener en cuenta más que el propio
deseo y la voluntad de quien pone fin a la relación.
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Imagen terrible del maltrato a la mujer |
Naturalmente, el
hecho de que la relación de pareja se basa en el amor, la pasión o el mero
capricho, parece rodear a la misma de una especie de escudo protector que le
asegura su inmunidad para que pueda
tomar cualquier modalidad de entre las dos existentes, decantándose siempre
hacia la más barata, cómoda, rápida y sin complicaciones. El problema es que
aquí se olvida que la legislación, al equiparar la pareja de hecho, con o sin
registro, al matrimonio, está estableciendo de forma tácita una serie de
responsabilidades que quienes se embarcan en la aventura de la convivencia
ignoran o creen que son menos gravosas que las del matrimonio. Sin embargo, no
sucede así como demuestran los tribunales a la hora de decidir quién se queda
con el piso, con el coche, con los hijos habidos en las parejas de hecho y con
todo lo relacionado con los bienes conjuntos, estableciéndose una guerra
campal, en muchas ocasiones, iguales o, muchas veces, más virulentas que las de
cualquier divorcio porque no están definidos derechos y deberes a priori.

Es decir, por
ahorrarse el trámite del matrimonio, las parejas de hecho contraen iguales
responsabilidades patrimoniales que las casadas cuando tienen bienes conjuntos.
Los problemas comienzan al final de la relación cuando esa aparente facilidad
se convierte en dificultades superiores a la hora de dilucidar qué es de uno y
qué es de la otra, pero no están inscritos a nombre de los dos, bien porque no hay un
contrato (matrimonio) o un régimen económico regulador decidido por las partes, y
así se pone de manifiesto lo que dice el refrán: “Lo barato siempre sale caro”.
Naturalmente,
las parejas de hecho también pueden establecer el régimen económico por el que
se regirán durante la duración de dicha unión, eligiendo cualquiera de
los tres regímenes indicados anteriormente. Dicha posibilidad producirá las
mismas consecuencias que en el matrimonio, pero para ello tendrán que realizar
los actos y trámites burocráticos que se exigen, dándose la paradoja de que son los mismos que quieren evitar no casándose.
Sólo hay que ver
a quienes -la mayoría son mujeres-, que
han perdido a su pareja de hecho y cuyos bienes sólo estaban a nombre de quien
ha fallecido, tratando de demostrar que han convivido al menos dos años, en el
caso de no haber hijos comunes, con el o ella, para subrogarse en el contrato
de alquiler del piso en el que convivían y que estaba a nombre únicamente de
quien ha muerto; o para poder demostrar los requisitos necesarios para obtener
una pensión similar a la de viudedad, aunque después venga el cónyuge legítimo
(si lo hubiere) a quitarles la pensión, o para retener el usufructo del piso
propiedad del fallecido, si no había hijos por parte del causante o de ambos.
El matrimonio
estipula, desde el primer momento, los derechos y deberes de los cónyuges,
mientras que a las parejas de hecho que no han estipulado el régimen económico, les queda el
amargo trabajo que exige mucho tiempo, y paciencia para demostrar todos los extremos,
antes de poder beneficiarse de dichos derechos, similares a los del matrimonio,
cuando se rompe la pareja, por voluntad de uno o ambos, o por fallecimiento.
Y es que cuando
se acaba el amor que suele durar poco (ya lo dijo Pablo Neruda “qué corto es el
amor y qué largo es el olvido”) y no hay una voluntad de continuidad, de lucha
por la pareja, por la familia que se ha querido crear, aunque después no se
haya conseguido, lo único que queda, además de la amargura, el desencanto y el
rencor, es la lucha feroz por dilucidar quién compró el televisor, el coche, o
pagó más dinero por el piso, peleándose en los Juzgados por arrancar a los
hijos o al perro de la custodia del otro, o sacar unos euros más con que poder
salir airoso del mal trance de la ruptura, con la satisfacción sádica de pensar
eso tan común de:” yo he perdido el tiempo, el dinero y la ilusión, pero a este/a hijo/a de p… le
voy a quitar hasta las ganas de vivir”.
La felicidad o
continuidad de una pareja no la garantiza nada ni nadie, ni el matrimonio ni la
libertad supuesta, nunca es real, que ofrece la unión de hecho; pero sí son más
duraderos los matrimonios con respecto a las uniones, con una media de quince años, mientras que las parejas de hecho no superan los cuatro años. La crisis económica ha provocado el efecto de rebajar el índice de divorcio a los niveles de hace una década, aunque sigue siendo elevado, pero menor que el número de parejas de hecho que rompen la relación.. El número de
divorcios que se produjeron e 2010 en España era de tres por cada 4 matrimonios
que se celebraron ese mismo año, es decir un porcentaje de 75% de divorcios con
respecto a los matrimonios celebrados, cifra que ibaa en aumento - a pesar de los dicho anteriormente del frenazo que ha supuesto la crisis-, por lo que,
dentro de muy poco tiempo, se estima que se celebrarán al año tantos
matrimonios como divorcios, lo que viene a ser una tasa de divorcios del 100%. Canarias ofrece el mayor índice de divorcios cada año porque estos
superan a los matrimonios que se celebran anualmente, ya que alcanza la cifra
de 121 divorcio por cada 100 matrimonios anuales, con la tasa consiguiente de
121% de divorcios. Le siguen la Comunidad Valenciana con un 89% y Cataluña con
un 83%, Las Comunidades Autónomas que tienen una menor tasa de divorcios son
Navarra y La Rioja con un 58% y el País Vasco con un 57%, aunque en estas Comunidades los divorcios no han disminuido por la crisis (datos relativos a
2010 ofrecidos por el Instituto de Planificación Familiar). La media nacional
en ese año era del 75%, pasando del 47% que ofrecía el año 2000, lo que
significa una tasa de aumento de un 60% en una década.
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Los hijos siempre víctimas de los problemas de pareja |
Al amor no le hacen falta firmas ni contratos, según
dicen muchos, pero sí le hacen falta al desamor, al abandono, al deseo de
venganza, al egoísmo y a la falta de escrúpulos para que, cuando se acaben los
días de vino y rosas, no tengan que pagar las culpas ajenas los hijos habidos que se convierten en un arma arrojadiza y en víctimas,
la pareja abandonada que no ha propiciado la ruptura (en caso de haberla y no
ser la ruptura de mutuo acuerdo), y se sigan creando así, de forma imparable, familias
desestructuradas, hijos neuróticos, y adultos que no saben lo que quieren ni
saben querer, porque todo lo basan en el capricho, en el deseo inmediato, en el
egoísmo feroz y en la voluntad omnímoda de buscar siempre el propio bien, aún a
costa de los demás.
A esas personas, a las que le pesan las
responsabilidades voluntariamente contraídas, los problemas cotidianos, los
roces de toda convivencia, la rutina y la obligación moral para con una familia
creada en un acto, si no de amor, sí de
capricho y amor propio -que es el único amor que muchos y muchas son
capaces de sentir-, les sobran el matrimonio, los compromisos y los juramentos
y, sobre todo, les sobra la pareja, porque les falta la madurez emocional, el sentido de la responsabilidad y, sobre
todo, la capacidad de amar. Para ellos el divorcio o la ruptura es un “borrón y cuenta
nueva”, para empezar a continuación otra historia con los días contados y con
igual y previsible fin, el que lleva
siempre y sin remedio a la más absoluta soledad y alienación. Aunque habría que
preguntarse: si quienes empiezan una aventura en común, no quieren firmar un
compromiso porque no se fían de sus propios sentimientos ni los del otro y
dudan de su durabilidad, ¿como puede triunfar esa relación, si ni siquiera creen
en ella quienes la protagonizan? Una aventura en común tiene que
empezar desde la confianza en el otro, la seguridad en los sentimientos propios
y en los de la pareja y en el deseo
común de que la unión va a ser duradera y firme. Desde luego, mal empieza un
proyecto en común en el que no creen quienes lo van a llevar a cabo. No es
extraño que fracasen tantas parejas que, desde el principio, empezaban con
dudas, sospechas, desconfianzas y recelos, se casen o no, porque ahora el
matrimonio con el divorcio express tiene la puerta de salida siempre abierta.
El divorcio, como toda ruptura de pareja de hecho,
no es más que la confirmación evidente de un fracaso personal y vital y cada vez serán más quienes
lo protagonicen, porque en esta sociedad materialista, en la que se quiere todo
de forma fácil, sencilla, placentera y lúdica, no se entiende el amor nada más
que como un juego, como un divertimento, como una experiencia más, del que se
espera todo sin dar nada apenas.
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El divorcio como fin del matrimonio |
El individualismo egoísta es el peor enemigo del
amor y de la pareja y ni el divorcio express, ni las uniones de hecho sin
papeles y sin compromiso, son una garantía de felicidad ni sirven para salir
indemne de una ruptura, porque en ellas siempre se pierde algo indefinible y
valioso que es la fe en uno mismo y en los demás, sobre todo si se ha puesto,
con firma o sin ella, el propio corazón en el intento.
No es el matrimonio o la pareja de hecho los que fracasan, ni hay que echarle siempre las culpas al otro, lo que suele fallar es la propia capacidad de amar, de aceptar las propias deficiencias y, por ello, las del otro, y falla la generosidad para la entrega en un proyecto común en el que siempre va a haber escollos, pero en el que nunca debiera faltar eso que parece representar la relación en sí misma el amor, la confianza, la generosidad y la lealtad.
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