El hedonismo y la solidaridad
La palabra hedonismo proviene del vocablo
griego, hēdonē,
(placer), y en la filosofía occidental se utiliza para llamar así a la doctrina
filosófica según la cual el placer es el principal bien, o único, de la vida, y
su búsqueda es el fin al que se encamina la conducta humana.
Hubo dos corrientes hedonistas en la
antigua Grecia. La primera representada por los cirenaicos, seguidores de Aristipo de Cirene, o hedonismo
egoísta, que defendían que el fin supremo de la existencia era la satisfacción
de los deseos personales, con olvido de las necesidades de otras personas.
El conocimiento para los cirenaicos
está basado en las fugaces sensaciones del momento, por lo que es imposible
establecer un sistema de valores morales porque la conveniencia de los placeres
presentes se contrapone al posible dolor que puedan causar en el futuro.
La segunda corriente, o hedonismo racional, también llamado epicureísmo, por estar basada en las enseñanzas del
filósofo griego Epicuro (341 a.C.-270 a.C.), nacido en la isla de Samos, cuyos
seguidores son llamados hedonistas racionales. Dicha doctrina afirma que el
verdadero placer sólo se puede alcanzar por la razón. Por ello, daban una
excepcional importancia a las virtudes del dominio de sí mismo y de la
prudencia.
Esta doctrina es la más conocida, pero
es también la que más controversia ha generado entre los propios estudiosos del
epicureísmo en cuanto a que el placer sea el fin supremo y la meta existencial.
Según la enseñanza de Epicuro, la verdadera felicidad reside en la serenidad
que proviene del dominio del miedo, es decir, de los dioses, de la muerte y del
futuro y sus incógnitas. El fin de toda la especulación epicúrea sobre la
naturaleza siempre se encamina a la supresión de esos temores.
Las virtudes morales y principales
sobre las que gira la ética del epicureísmo son las justicia, la honestidad y
la prudencia, que viene a ser el equilibrio entre el placer y el sufrimiento.
Por ello, Epicuro afirmaba que era preferible la amistad al amor, ya que el
amor causa más intranquilidad que aquella. También el dominio de sí mimo, la
moderación y el desapego son las vías por las que se puede alcanzar la
tranquilidad de espíritu que es la base de la felicidad verdadera. Creía en la
libertad de la voluntad a pesar del materialismo que subyace en su doctrina,
por lo que en su física afirmaba que los
átomos son libres y se mueven en algunos momentos con total libertad,
afirmación que le aproxima al principio de incertidumbre de la mecánica
cuántica.
La doctrina de Epicuro fue
establecida con firmeza, lo que le supuso la total adhesión de sus seguidores,
lo que no ocurrió con el estoicismo que fue la doctrina filosófica rival por
excelencia suya, lo que le ha permitido permanecer intacta como tal doctrina y
permanecer en el tiempo, aunque cayó en descrédito por la confusión -que aún no
ha sido superada- entre los principios del epicureísmo y los que proclamaban
los cirenaicos que fundamentaban el hedonismo sensual, proclamados antes que
la doctrina del epicureísmo.
Han existido ilustres seguidores del
epicureísmo entre los que se pueden citar al
griego y gramático Apolodoro, el poeta Horacio entre los romanos, además
del poeta Lucrecio y el estadista Plinio el Joven. La obra De rerum natura (De la naturaleza de las cosas) de Lucrecio es la
obra de referencia que permite conocer al epicureísmo. Esta doctrina
desapareció como tal escuela filosófica en los albores del siglo IV a.C..
Posteriormente, en el siglo XVII, tuvo un gran resurgimiento por la labor del
filósofo francés Pierre Gassendi, convirtiéndose así en una doctrina que desde
entonces ha tenido una gran aceptación por innumerables seguidores. Se le
considera una doctrina filosófica y
ética más influyente en el pensamiento de todas las épocas.
.
Estas dos corrientes han
permanecido inalterables hasta la actualidad, en sus líneas fundamentales. Los
filósofos británicos Jeremy Bentham, James Mill y John Stuart Mill, en los
siglos XVIII y XIX, propugnaron el hedonismo universal, conocido como
utilitarismo. Esta teoría defiende que el fin de toda conducta humana es el
bien social y el principio que guía la
conducta moral del individuo es la lealtad a todo aquello que favorece el
bienestar de la colectividad, lo fomenta y lo ampara.
A
su vez, se dice continuamente que esta sociedad ha perdido todos los valores y
está inmersa en un hedonismo light,
es decir, la búsqueda constante del placer pero carente de los fundamentos filosóficos
que sustentaban dicha doctrina filosófica de la antigua Grecia.
La
sociedad occidental, ha ido consiguiendo cotas muy altas en el aspecto material
y en el bienestar individual, mientras que cada vez el trabajador tiene más
tiempo libre para el ocio, lo que le hace ser un buscador constante de nuevas
experiencias sensoriales -viajes, prácticas deportivas, espectáculos, etc.,,
cuando no a buscar paraísos artificiales en las adicciones de todo tipo:
alcohol, tabaco, drogas, ludopatía, etc., lo que hace caer a muchos en las adicciones y sus
terribles secuelas, poniendo en evidencia involuntariamente la verdad que
subyace en lo que predicaba Epicuro sobre la prudencia y el dominio de sí
mismo. como vía para alcanzar la felicidad.
También,
el ciudadano normalmente se preocupa por la solidaridad colectiva, aunque esta
dualidad hedonismo-altruísmo parezca insalvable y contradictoria, haciendo así
evidente su hedonismo utilitarista, en la medida en que se interesa por el
bienestar de la sociedad. El individuo está cada vez mas solo y aislado
especialmente en las grandes urbes, y su propia sensación de aislamiento dentro
de la multitud le lleva a buscar e interesarse por lo colectivo, para sentir
que forma parte de un grupo, sea nación, región o ciudad, cuando no de la
propia Humanidad. Por eso, se interesa por los problemas de la propia sociedad
en su conjunto de la que forma parte, pero sin perder por ello la propias e
irrenunciables individualidad e independencia
a las que defiende de injerencias extrañas, porque en ellas se siente libre, al mismo tiempo que solo, para
poder vivir como le place y sin tener que dar explicaciones a nadie que no sean
los más allegados, en el caso de que los hubiere.
Esta
búsqueda del propio bienestar o placer es lo que le lleva a ser un ciudadano
que se encierra en su propia casa, sin apenas contactos con los vecinos, a los
que por cercanos los considera más peligrosos para su propia intimidad, y
resguarda su intimidad de miradas ajenas, salvaguardando así su propio
bienestar, su comodidad, aunque para ello tenga que olvidarse de quienes puedan
estar inmersos en graves problemas como son los más próximos en su cercanía:
vecinos, compañeros de trabajo o estudio, conocidos, etc., con los que mantiene
un contacto superficial, pero completamente indiferente hacia los problemas o
necesidades que no le atañen directamente. La
solidaridad que siente hacia el prójimo más desfavorecido prefiere ejercerla siempre
de forma indirecta a través de organizaciones filantrópicas, o oenegés, a las
que ayuda económicamente en la medida de sus posibilidades; o bien, a través de
donaciones de todo tipo: sangre, órganos, alimentos, ropa, libros, medicamentos
y un largo etcétera. Son muy pocos quienes intentan ayudar en contacto, cara a
cara, con los beneficiarios directos de dicha ayuda, como hacen los diverso
voluntarios que colaboran de forma directa y personal con las diversas
entidades que realizan dichas actividades solidarias como son Caritas, Cruz
Roja, Médicos sin Frontera, etc.
Es
en ese anonimato de las donaciones de todo tipo antes reseñadas, el que permite
al ciudadano de hoy ayudar a quien lo necesita, pero sin ver el rostro doliente
de quienes necesitan la solidaridad ajena, porque ese contacto directo con el sufrimiento,
con el dolor, es el que intenta el ciudadano de hoy -hedonista, sin saberlo-, evitar
a toda costa, en esa constante huida de todo lo que resulte poco placentero, lo
que le convierte en seguidor involuntario de la máxima de Epicuro: " La
felicidad es la ausencia de dolor". La visión del sufrimiento le afectaría
en su búsqueda de placer, en el disfrute de su bienestar conseguido, por el que
se siente seguro entre las cuatro paredes de su casa -búnker improvisado para refugiarse del dolor
ajeno, del sufrimiento y de la muerte-, de ahí que la ayuda la dé, pero siempre
lejos del necesitado, de la víctima del infortunio, cuya visión le haría
reconocer en ella su propia fragilidad, vulnerabilidad e indefensión que
desestabilizaría su propia sensación de ficticia seguridad que es su mejor
defensa contra el dolor.
Es por esto, que el hedonismo actual,
intrínseco en la sociedad, es una mezcla del hedonismo sensual de los cirenaicos
-en cuanto a la búsqueda del placer sensual, o a través de los sentidos, tan
arraigada en esta sociedad lúdica-, del
epicureísmo en cuanto que la felicidad está basado en la ausencia del
dolor y de ahí el deseo de evitar todo lo que signifique sufrimiento o muerte;
y, por último, del utilitarismo que busca el bienestar social, por lo que el individuo, sin
renunciar a su propio bienestar y al propio disfrute del placer, intenta
colaborar, en la medida de sus posibilidades, con el bienestar social y la ayuda a los más necesitados, aunque en la
mayoría de las ocasiones, lo haga de forma indirecta, impersonal, a través de
las diversas organizaciones solidarias. Eso le supone menos molestias,
esfuerzos y tiempo que hacerlo de forma personal y directa; pero sobre todo le
evita la visión del sufrimiento en todas sus manifestaciones, porque la visión de
la fragilidad humana y de la muerte - ver el artículo " La soledad de los
muertos" de este mismo blog-, sería una merma a su búsqueda de placer, de
bienestar y de alejamiento de todo dolor que le sea ajeno aunque próximo y cuya
cercanía afectaría a su confort y bienestar propios.
De ahí que la vejez y sus muchas
secuelas sea actualmente recluida en las residencias; con cien mil excusas,
para no recordarle a los más jóvenes que ése es su futuro; las enfermos
incurables también son aislados, separados de su entorno siempre con una buena
excusa -en el caso de que la economía familiar lo permita o el seguro médico-, para
ingresar al enfermo en centros sanitarios y alejar así al doliente de la vista
de los sanos; cuando no son los incapacitados físicos y psíquicos quienes
corren igual suerte en la mayoría de los casos.
Esta sociedad materialista -el
materialismo es la base de todo hedonismo-, utilitarista, descreída y egoísta,
sabe que la mejor forma de acallar la conciencia es ser solidario en apariencia
o forma, pero siempre que los
beneficiarios de su ayuda estén lo más lejos posible y permanezcan invisibles
en su propia desgracia. Es más fácil ayudar a los hambrientos del tercer mundo
que a los que están cerca en el propio barrio, calle o edificio, porque a los
primeros no se les identifica con un rostro y un nombre. La ayuda así, de forma
impersonal y aséptica, la puede dar
cualquiera y requiere poco tiempo y esfuerzo cuando se hace de forma indirecta;
pero la empatía ante el sufrimiento ajeno es más difícil y se requiere una
conciencia más sensible, más despierta y compasiva que muy pocos tienen.
La visión del dolor cercano hiere, y el sufrimiento lejano, por
invisible, es una mera cifra estadística que no hace mella en la conciencia de
los bien instalados que se sienten a salvo del infortunio; mientras que otros, la mayoría, temen que en un futuro
improbable puedan ser ellos mismos quienes sean protagonistas de esas mismas
estadísticas que ahora son simples números sin nombres ni rostros, esos mismos
rostros que hay que evitar ver a toda costa porque en ellos se puede intuir la
visión fatal de un sueño premonitorio aún por cumplir.