La verdadera amistad
La amistad pura y sin interés alguno que no sea la propia relación
interpersonal, desprovista de cualquiera otra connotación material y
oportunista, mereció ser catalogada como divinidad alegórica por griegos y romanos.
La estatua que la representaba creada por los griegos iban con un ropaje
abrochado, la cabeza desnuda y el pecho descubierto hasta el corazón, sobre el
que descansaba la mano derecha y con la izquierda abrazaba un olmo seco,
alrededor del cual crecía una vid repleta de uvas.
Sin embargo, los romanos la representaban con la imagen de una joven hermosa, vestida con un ropaje blanco, con la
mitad del cuerpo desnudo, coronada de mirto entretejido de flores de granado, y
lucía sobre la frente el lema “Invierno”
y “Verano”. También, se veía en su
túnica otras fases como “La Muerte y La
Vida”. Llevaba su mano derecha hacia su costado abierto hasta el corazón
que lucía esta inscripción: “De cerca y
de lejos”, y llevaba los pies desnudos como alusión a que, en la amistad
verdadera, no hay ninguna incomodidad, por extrema que sea, que no puede
superar un amigo por el bien del otro
Los griegos y romanos le daban una extraordinaria
importancia a la amistad a la que consideraban una deidad. No sólo en el mundo clásico la amistad ha sido importante, sino también para el ser
humano en todas las épocas. Por ello, todos solemos llamar amigos a muchas
personas que son simples conocidos, en un prurito de vanidad, al querer
presumir de tener esa gran cantidad de verdaderos amigos y, también, para
convencernos a nosotros mismos que tenemos muchas personas a las que,
realmente, importamos.
Dicho convencimiento parece afianzar nuestra
autoestima y popularidad en nuestro círculo; aunque, en realidad, la cantidad
de amigos verdaderos sea mínima y, en muchas ocasiones, inexistente, dada la
dificultad de encontrar a esa rara y valiosa alianza afectiva entre los humanos
que llamamos amistad verdadera y que sólo está basada en “el afecto personal, puro y
desinteresado que nace y se fortalece con
el trato", según define la RAE el
concepto de amistad.
Si amigos verdaderos son pocos, aún son menos los amigos “para toda la
vida”, que son aquellos con quienes tenemos un vínculo mucho más profundo,
fuerte y que ha resistido innumerables dificultades que la vida siempre pone
delante de cualquier relación humana, además de ser ellos los supervivientes
que quedan en nuestro círculo más íntimo del que han ido desapareciendo los
demás, por unas u otras causas. El contar con esos “amigos para toda la vida”
genera una confianza en dicho vínculo que es beneficioso para la propia salud,
nuestro bienestar y, por ello, mejora nuestra calidad de vida.
Buscando la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos de cómo
diferenciar al amigo que pueda serlo para toda la vida, del que es un conocido
o amigo de ida y vuelta, se pusieron a investigar distintos grupos de científicos
sobre tal cuestión. Uno de dichos grupos estuvo dirigido por el sociólogo
holandés, Gerald Mollenhorst, quien junto a su equipo estudió las redes
sociales y su fortaleza, en una encuesta en la que participaron 1007 personas
de ambos sexos, de edades comprendidas entre los 18 y 65 años, cuya
investigación duró siete años hasta terminar formulando los resultados.
Las conclusiones fueron esclarecedoras, pues demostraban que el hallazgo de nuestros amigos está condicionado
por las pocas oportunidades que tenemos a lo largo de nuestra vida para llegar
a conocer realmente a posibles candidatos a formar parte del círculo más íntimo,
especialmente cuando ya tenemos una estabilidad personal, como puede ser la de
tener pareja, matrimonial o no.
Según el sociólogo antes mencionado, todos comenzamos nuevas relaciones en
los mismos círculos en los que conocimos a nuestros antiguos amigos, lo que
reduce enormemente el número de nuevos llegados al círculo íntimo que significa
toda amistad, ya que limita mucho las posibilidades de entrar en nuevos grupos de
relaciones en los que poder encontrar nuevas oportunidades de relaciones
amistosas.
Dichas conclusiones de la investigación antes mencionada son concluyentes
en un sentido: sólo el 48% de los que consideramos amigos seguirán a nuestro
lado después de siete años, además de que, únicamente, un 30% de los que
consideramos simples conocidos lo seguirán siendo transcurrido ese mismo
período de tiempo.
Todos esos datos sirven para afirmar
que si, después de esos siete años las relaciones amistosas, o de simple
conocidos, que han superado todas las pruebas que se presentan en cualquier
relación humana, entonces serán duraderas y no se perderán en el futuro.
También, el físico húngaro Tamas Vicsek emprendió la tarea de estudiar las
relaciones sociales y su evolución. Para ello contó con 30.000 voluntarios
captados en las redes sociales, así como estudió las listas de contactos de los
teléfonos móviles de otros cuatro millones de usuarios. El empeño no era escaso
en su dimensión numérica y demuestra la ingente cantidad de datos que tuvo que manejar.
Las conclusiones a las que llegó dicho investigador fueron claras: los
grupos de amigos que son más duraderos en el tiempo son aquellos en los que algunos
de sus miembros se renuevan periódicamente. Por ello, los que quedan permanecen
unidos por la capacidad de adaptación que actúa como un pegamento que los une
con vínculos muy resistentes y los mantiene integrados en el círculo íntimo.
Además, Vicsek llegó a la conclusión que los grupos menos numerosos son más
estables que los que tienen muchos miembros, siempre y cuando los integrantes
de dichos grupos más pequeños se mantengan unidos antes las muchas dificultades
por las que atraviesan todas las relaciones humanas.
En definitiva, la conclusión de dichas investigaciones pone en evidencia
que casi la mitad de los miembros del círculo de amistad más íntima no seguirá
siéndolo más de siete años. Durante ese período nuestros grupos de amigos más
cercanos se renovarán en una gran mayoría. A los que sean capaces de mantener
la amistad durante ese plazo de siete años, la ciencia les vaticina que podrán
afirmar que tienen, realmente, uno o varios amigos para toda la vida. Esa gran
aspiración humana tan difícil de conseguir y, más aún, de mantener a lo largo
del tiempo.
Quizás, por ello, los griegos y romanos convirtieron a la amistad en una
deidad alegórica a la que venerar, porque su existencia en el plano real de los
humanos es tan difícil y etérea que sólo los seres más afortunados, o más
puros, pueden llegar a decir que tiene un “amigo para toda la vida”, dada la
volubilidad de la naturaleza humana y de su inconstancia afectiva.
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