La vida y la inmortalidad


            Si el hecho de vivir tiene un espacio temporal que forma un arco imaginario que comienza en el punto de partida que es todo nacimiento y finaliza en el punto final que es el que escribe la muerte, la distancia entre ambos puntos siempre es lo que llamamos la vida de cada individuo que es traspasado por esa flecha misteriosa que es el tiempo que siempre va en la misma dirección que nunca cambia y que le lleva hacia lo que llamamos futuro, en el que el final ya está marcado por una línea invisible de inevitable traspaso que es la muerte.
            Ese arco vital se va dilatando en su duración década a década, en cuanto a la expectativa de vida de los habitantes del primer mundo, gracias a una mejor alimentación, mejores condiciones de vida, mayor salubridad y condiciones laborales más exigentes, lo que permite que esa dilatación, paulatina pero permanente, del plazo temporal que es toda vida, se vaya alargando, permitiéndonos así soñar a los humanos que, aunque la inmortalidad no existe, pues todo ser vivo es mortal necesariamente, esa utopía inalcanzable en la realidad está un poco más cercana en los futuros logros de la Humanidad, aunque sea en un plazo de tiempo que, por lejano, puede parecer infinito, pero, a pesar de ello, más viable y posible.
            No todo el mundo desearía alcanzar  ese sueño de la inmortalidad, pero hay muchas personas que  dicen que desearían conseguir ese estado en el que el tiempo pasara, pero sin llevarse consigo a quienes, desde el momento de su nacimiento, están ya de camino imparable hacia la muerte. Por ello, si se pudiera parar esa marcha constante y cada vez más veloz hacia la muerte, según se van cumpliendo años, hacia ese punto final de toda vida, supondría para muchas personas con ansias de inmortalidad el triunfo sobre la muerte, esa sombra tenebrosa que sabemos está esperando a cada individuo en la meta final en la que finaliza toda carrera vital a la que siempre se llega, antes o después, de forma voluntaria o involuntaria, porque hacia ese fin inevitable el nacimiento da el pistoletazo de salida al que nadie puede ignorar.
            También para la religión cristiana, la inmortalidad sólo existe desde  su visión de que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma y la muerte sólo atañe a éste, pero el alma sobrevive. El ser humano sólo alcanzará la inmortalidad cuando el alma vuelva a unirse con el cuerpo cuando se produzca la resurrección de los muertos. Así alcanzará la vida eterna como Persona, es decir como la unión del alma y el cuerpo glorioso, ya sea en el Cielo de los bienaventurados o en el Infierno de los condenados, dependiendo de su comportamiento en su vida terrenal.
         El tema de la inmortalidad  también ha preocupado a la filosofía. Uno de los autores de la antigüedad que más ha tratado sobre la inmortalidad fue Platón, quien en Diálogos expone varios argumentos, de los que más notoriedad han tenido han sido los que presenta en la República, en Fedón y en Fedro. En contra de lo  expuesto por Platón, Epicuro y su discípulo romano Lucrecio sostienen que el alma también, al igual que el cuerpo, es mortal y corruptible.  
            Santo Tomás de Aquino,  el mayor representante del pensamiento escolástico, afirma que el alma es inmortal y a la muerte física se separa del cuerpo, aunque su fin no es ese, sino volver a ser uno con el cuerpo resucitado para volver a ser persona.
            Esta idea escolástica fue también mantenida con diferentes matices por el filósofo materialista Ludwig Feuerbachen su obra Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad (1830).
            Por su parte, la ciencia también se ocupa de este inquietante tema aunque no desde lado de la especulación filosófica o religiosa, sino estudiando los diferentes mecanismos que provocan el envejecimiento y los factores que podrían influir en el alargamiento de la vida. Existe, por lo tanto, la confianza de los científicos en que en un futuro impredecible se pueda lograr ese sueño de la Humanidad que es la inmortalidad. Para ello es posible que, en un momento dado, el uso de microprocesadores cuánticos pueda permitir que se transfieran las ideas y emociones desde el cerebro humano a estos microprocesadores para, después, descargarlos en cuerpos que sean indestructibles.
            Es paradójico además que las expectativas de vida sean cada vez mayores y, sin embargo, la sensación de que el tiempo corre cada vez más deprisa, más velozmente, por el ritmo frenético que impone la sociedad actual, tecnológica y cibernética, por lo que la vida parece un elástico que en vez de alargarse se va encogiendo en cuanto a la percepción que tenemos del tiempo que es la dimensión que mide la duración de la propia existencia.
            La inmortalidad a la que aspiran muchos seres humanos -aunque sería una pesadilla que horrorizaría a otros muchos-, quizás sólo sea una aspiración que provoca el miedo a la muerte, a la propia desaparición física y, para muchos, la única forma de existencia siempre está ligada al cuerpo, sin otras posibilidades ultra terrenas que escapan a su comprensión.
            Si en un futuro improbable existiera la posibilidad de seguir viviendo en cuerpos indestructibles a los que se les haya transmitido, con el uso de esos hipotéticos microprocesadores cuánticos, las ideas, sentimientos y emociones del ser que iba a fallecer para seguir conservando el "yo" que forman el conjunto de aquéllos, sería una forma de sobrevivir en el que el  sustrato físico, o cuerpo renovado y ya indestructible, se convertiría en la verdadera cárcel de ese "yo" al que se querría preservar y darle la inmortalidad, lo que sería con toda seguridad condenarlo a un verdadero infierno del que ya no podría escapar.
            Quizás sea la mortalidad el mejor regalo que da la vida para salir de la realidad a la que se nace sin que hayamos decidido ni dónde, cuándo, cómo ni con quién; cárcel para muchos desde el nacimiento  o, para otros, desde el momento en el que la vida se convierte en una terrible pesadilla de la que la muerte es la única y posible solución, puerta bienhechora  que la inmortalidad negaría per se como un atroz demiurgo, terrible y feroz que, al conceder su preciado don, lo convertiría en una espantosa trampa sin salida, salvación ni  posible redención.
            Es por ello preferible que la inmortalidad siga siendo una utopía sin realidad posible, y que el ser humano siga siendo finito y mortal para no vivir el infierno eterno en vida que supondría al carecer ésta de fin y, por ello, la vida carecería de todo sentido, valor y significado ajeno al hecho mismo de existir. Y, sobre todo, carecería de toda posible salida cuando se hiciera insufrible para el condenado a vivir la eternidad de todo ser inmortal, quien quedaría obligado a existir contra su propia voluntad para siempre.
            No habría mayor infierno ni peor condena posible e imaginable que la inmortalidad, mito que debe quedarse en un mero sueño de la Humanidad, para que no se hiciera siniestra realidad la frase de Goya que afirmaba que "la razón crea monstruos".
        
           

                

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